No me invites a café



No me invites a café
11/11/2010

¿Por qué me sonríes en la cara
si no te alegras de ella?
Me encuentras en la barra del bar,
por casualidad,
y te ves obligado a una cortesía,
leve,
con la que poner sordina
a esa conciencia cargada de indiferencia.
Cuando abandono el local
salgo también de tu memoria,
me olvidas;
o quizás piensas en mí
con el alma apretada en un puño,
lo cual es, aun, peor que el olvido.

Prefiero que me ignores
a tu complacencia efímera;
prefiero tu abierto desdén
al saludo retórico y fugaz;
prefiero no entrar en tu mirada
a sentir esa profundidad vacía;
prefiero que no me la ofrezcas
si tu mano no es cálida y firme.
Quizás sea entonces yo
quien te salude, sincero.

Es el tiempo de la falsedad,
de la emoción calculada
que abraza con extremidades
de pálido y frío mármol;
tiempo del común y retórico “Hola, ¿qué tal?”
sin interés en mi respuesta,
o poniendo cara de circunstancia si,
siendo valiente,
contesto para decir que no,
que las cosas no me van bien
y mis sentimientos andan revueltos.
Sobre todo, ¡por favor!:
si oculto el miedo y te lo cuento,
¡no me des consejos!

¿Sabes, de verdad, lo que es la empatía?
No te lo reprocho.
Yo lo aprendí hace muy poco,
cuando mi conciencia entreabrió los ojos
y le claridad me golpeó en el alma
como una locomotora desbocada.
Aprendí a sentir dentro de mí tus alegrías,
también tu nostalgia del ayer,
también tu angustia por el devenir,
también tu coraje en este instante,
que ya pasó.

Cuando mi mano se posa en tu hombro
lo hace con la palma abierta y relajada.
No ansía llevarse nada,
excepto tu afecto sincero.
Si tu hombro no vibra con su contacto,
¡apártalo!;
no la dejes reposar confiada.
Y no me invites a café.
Y no me preguntes cómo va todo:
corres el riesgo de que te responda
con un manantial multicolor,
en el que no podrás bañarte
sin haberte despojado de la máscara.

Mi caparazón está lleno de agujeros
por los que respira el interior;
ese yo de sangre que palpita
con pulso ahora independiente,
algo alocado a veces,
pero que quiere ser firme
y decirse la verdad.
No me engañes con tu pensamiento;
porque, seguramente,
podré desvelarlo claramente en el mío
cuando al fin llegue el frío que te habita,
y siempre llega.
No podrás mantener la farsa;
sería como dejar de respirar
hasta la piel azul, cargada de hastío,
que grita un pedazo de ira.

Si me encuentro contigo,
y te veo,
te saludaré con la mirada blanca,
con la boca ahíta de besos,
con el abrazo cálido del sol de mayo.
Entonces podré decir: ¿qué tal?;
y tu me responderás,
quizás,
o te quedarás impregnado de mí,
callado,
envuelto en el momento fugaz
que deje huella indeleble,
hasta después del adiós.
Yo escucharé tu voz y tu silencio,
y reiré o lloraré contigo.


..ooOoo..