Pensaloquio
Pensaloquio
15/10/2010
Aquellos
colibríes, almas en pena
de quienes en
vida no quisieron volar,
liban, ¡ay¡,
frenéticos el aroma del florido arrayán.
Triste condena de
existir,
en la que obtener
el prosaico sustento
con el que
cebarse, para no desfallecer,
y seguir
existiendo para procurarse la nueva ración.
Tediosa rutina
del efímero y cíclico envase del anhelo,
de la que sólo se
libra con su propio final.
El viento del
norte expurga la cepa de los chopos,
llevándose los
malos pensamientos con él
para depositarlos
en el horizonte,
donde la mar se
besa con el firmamento en el ocaso añil.
Dulce céfiro que
gritas mi nombre,
llenándote de él
para mecerlo hasta el olvido
en un atardecer
de otoño.
Las hojas secas
tiñen de nostalgia el paisaje de mi piel,
sangre ardiente,
mientras los
recuerdos pintan
colores ácidos en
el paladar del tiempo remoto,
cuando el amor
era otra cosa
y se confundía
entre unos cabellos despeinados,
guedejas sobre la
incierta forma de la almohada
que albergaba los
sueños del placer consumido.
Miro la luz,
que abre sus
brazos como dardos hirientes
en la pupila de
la tristeza,
y le doy la
bienvenida en mis entrañas rotas
¿Qué esperar de
la desesperanza,
cuando el tiempo
nubla el anhelo no sentido?
Carne soy que
destila sonrisas
en labios de
pétalos recién caídos,
perfume carmesí
que expande los sentidos
hasta el confín
de un nuevo encuentro de la piel
¿Allá es adónde?
Voy lento para no
caer del muro
que levantó el
pensamiento ajeno que me llena.
Quiero volver al
suelo sobre el que nací
desnudo de todo
afán, sin desgarros
y sin paraísos
huecos en los que no quepa mi reducción.
Quiero ser minero
que perfore la cruel coraza del pecho,
que alumbre con
su luz de gas
la cueva que
alberga el sentir menos sentido,
el que me alivie
del dolor
de vivir una vida
que no me pertenece.
Quiero gritarle
al viento que gime
por esa impasible
veleidad que barre los deseos de ser,
lamentándose
contra el cielo que le conduce entre sus muros
y sólo le permite
huir a través de la ventana enrejada del horizonte.
Quiero ser cóndor
de aires claros y abiertos
en los que flotar
lentamente,
sin dejar huella,
con las alas
extendidas a la luz del astro
que enciende el
pabilo de la serenidad cristalina.
Quiero nadar en
el aroma que el jazmín prodiga
en la noche
solitaria y serena,
la piel teñida de
alba mirando, descarada, a la luna llena.
Quiero dejar de
tener deseos
(soy pura
contradicción)
por estar ahíto
de mí mismo,
soñando en la
efímera siesta del cálido mediodía
junto al mar
quieto.
Los lienzos del
alba acunan mi despertar
en la nave que
surca el olvido.
Un glauco brebaje
drena la hiel que destila la memoria de hiedra,
aquella que se
aferra al muro del pensamiento inmediato,
al recuerdo no
consentido.
El ávido aroma
inunda los insondables conductos del destino incierto,
empapando el
lecho en el que se alumbra un manantial de sangre,
huyendo del
abrazo esquivo de piel marchita.
Voy siguiendo la
senda del ser que mi ser alberga,
luchando con
espada de cristal
para abrir un
claro en la espesura que me aguarda tupida y ansiosa,
ahíta de espinas
que clavar en el hálito que me anima.
Entre sus tallos
viaja el albor que me llama y reta,
con el canto de
alondra que desea un nuevo amanecer
¿Será la ilusión
de la oscura sombra,
que apaga todo
recuerdo y dolor en el sosiego del níveo lienzo final?
¡Sea, pues!