Soliloquio



Soliloquio
(20 Agosto 2008)

Ser erguido que a la tierra te agarras
con tus raíces hundiendo profundas,
cual de águila curvas y fieras garras,
de fuente de vida el alma te inundas.

Desde tus altas frondas acunado
preñado va el Céfiro de tu aliento,
hasta mí vuela, ser afortunado,
a ese dulce aroma sensible, atento.

Te observo, de sueño ahora velado,
teñido de nocturno gris, de plata.
¿Qué nos deparará, voluble, el Hado?
¡Mísero! quien sus designios no acata.

Como coraza, tu dura corteza,
de riesgos mil te resguarda y defiende
Fatua no lo es tu perpetua pereza
que de residir anclado se entiende.

Ni mudas la figura ni el color,
mantienes una verde fronda franca.
De vez en cuando, bella, da una flor
inmensa, perfumada y de luz: blanca.

Yo te riego con, de amor, agua pura.
A mi musa riegas tú, le das alas,
y siempre en mi pensamiento perdura
una visión henchida de tus galas.

Quisiera yo dar tan gráciles flores
como esa dulce copa proporciona,
no por recibir muy grandes honores
sino porque a mi alma tanto emociona.

Pero ¡ay! vivo entre dos impares mundos
opuestos ambos en sus objetivos,
uno de sentimientos muy profundos,
otro de tercos sustentos altivos.

Del uno mi alma su rumbo gobierna,
del otro es patrón la mundana ciencia.
Alma y ciencia crean fiera galerna
que agota hasta el límite mi paciencia.

Dime tú, mi magnolio tan querido,
el oculto secreto de constancia,
cántamelo así, muy quedo al oído,
como aliento dulce de tu fragancia.

Quiero sentir libre mi alma, volar
muy alto, por encima de tu copa.
Remontar en el éter sin parar
despojado de la mundana ropa.


--ooOoo--